Por Junior Acosta
Productor Voces del Yuna.
Para entender el odio y el resentimiento de Quirino Ernesto Paulino Castillo contra el expresidente Leonel Fernández, hay que remontarse al turbulento año 2004, cuando la vida del excapitán del Ejército Nacional dio un giro radical.
En plena efervescencia política, en medio de la campaña reeleccionista de Hipólito Mejía, Quirino era una figura de poder regional, vinculado abiertamente al oficialismo, con una presencia política activa en las provincias de San Juan y Elías Piña. Fue incluso juramentado como coordinador de campaña por un alto funcionario del gobierno del PRD.
Sin embargo, el 18 de diciembre de ese mismo año, su red de influencia se vino abajo. Acusado de liderar una de las más grandes operaciones de narcotráfico desde República Dominicana hacia Estados Unidos.
Quirino fue destituido de su rango militar, cosa que Hipólito siendo presidente y por recomendación del ex secretario de las Fuerzas Armadas, José Miguel Soto Jiménez, que cancelara al entonces teniente del Ejército, Quirino Ernesto Paulino Castillo, y que el ex mandatario la retuvo para profundizar las investigaciones sobre el enriquecimiento ilícito del militar.
Quirino fue apresado y posteriormente extraditado a territorio estadounidense, donde fue enjuiciado y condenado por tráfico internacional de drogas.
La caída de Quirino no fue vista solo como un caso judicial, sino también como una sacudida política de gran envergadura. Su arresto coincidió con la transición de poder entre Hipólito Mejía y Leonel Fernández, quien asumió la presidencia en agosto de 2004. En ese contexto, muchos de los allegados a Quirino —y el mismo acusado— sintieron que la administración de Fernández no solo no lo protegió, sino que impulsó su caída como un golpe ejemplar para marcar distancia del pasado inmediato.
Desde entonces, Quirino ha mantenido un discurso de hostilidad y acusaciones directas contra Leonel Fernández, a quien responsabiliza moral y políticamente por su captura y extradición. Lo acusa de haber recibido recursos y favores en tiempos de campaña. Sin embargo, esta narrativa, repetida una y otra vez por Quirino, no se sostiene frente a los hechos documentados. Muy por el contrario, los vínculos políticos de Quirino eran con el expresidente Hipólito Mejía, no con Leonel.
En marzo de 2003, Quirino fue juramentado como jefe de campaña del PRD en las provincias de San Juan y Elías Piña, de manos de Sergio Grullón, cuñado del entonces presidente Hipólito Mejía. Hay fotografías y registros públicos que lo prueban. Su helicóptero incluso era estacionado en el mismo lugar donde se posaba el del presidente Mejía. Era un hombre de confianza del poder de turno, y su ascenso en la vida pública se dio bajo el amparo de ese entorno político.
Entonces, ¿por qué atacar a Leonel? Porque fue precisamente durante su gobierno, apenas iniciado en agosto de 2004, que se ejecutó la caída de Quirino, marcando una línea clara entre el nuevo gobierno y los tentáculos del narcotráfico. En otras palabras, Leonel Fernández no fue su protector: fue parte del proceso que facilitó su caída. Esa es, probablemente, la raíz de su resentimiento.
Quirino no fue un perseguido político, sino un operador del narcotráfico con respaldo de sectores militares y políticos. La justicia estadounidense lo condenó por pruebas sólidas, no por persecución. Y en lugar de asumir su responsabilidad, eligió convertir su discurso en una vendetta personal.
En este país se ha hecho costumbre que los delincuentes busquen lavarse la cara tirando lodo a figuras públicas. Pero la historia, los documentos y los testimonios verificables ponen las cosas en su lugar. Las conexiones de Quirino fueron con Hipólito, no con Leonel. Y la justicia actuó cuando debía actuar, sin importar nombres ni afiliaciones.
República Dominicana necesita más memoria histórica y menos manipulación mediática. Los hechos están ahí, y no deben ser distorsionados por quienes, tras perder poder y privilegios, buscan culpar a otros por sus propios crímenes.