Por Marco Baldera.
En su tristemente célebre actuación frente a la magistrada Miriam Germán Brito en aquel famoso Consejo Nacional de la Magistratura, el para entonces Procurador General de la República parecía poseído por la banalidad del mal; era como si recibiera órdenes que cumplía sin reparar en consecuencias.
El predominio político de aquel PLD era tan imponente como el del PRM actual; Los aires de seguridad trajeron vientos de atropello. Nada más desafiante y atrevido que un pichón de tirano protegido.
Quería ser presidente y se le ocurrió que para lograrlo era necesaria la acumulación originaria de capital producto de lo que sea. Compró en dólares una millonaria asesoría política, que incluía tabla y mar para surfear la gran ola. Sin probidad y sin talento político se convirtió en un azote.
Ignoró la transitoriedad del poder; olvidó que el anillo de Giges es pura mitología platónica; desdeñó que nada queda oculto debajo del sol; tarde analizó que aquí todo se paga; y al parecer pecó de lo políticamente imperdonable, de ingenuidad.